viernes, 29 de febrero de 2008

¿Quién soy yo sin mi pareja?

Es refrescante encontrarse con psicólogos que pueden hacer de su profesión una tarea verdaderamente transformadora. Que han podido recortar una problemática social dolorosa y difícil de sobrellevar, como lo es el divorcio, y que hayan hecho de ella un campo de encuentro, relación y sublimación. En primer lugar quiero rescatar el valor de “encuentro” de estos grupos. Con ello quiero decir que establecieron un “espacio” compartido donde todos por igual vivían un hecho humano insoslayable: resolver el tema del amor entre hombres y mujeres. Para esto el dolor de la pérdida les permitió recuperar, no a la persona pérdida ni su reemplazo, sino el vínculo perdido, es decir aquel “espacio” que no es de nadie y por eso es de todos. Como las autoras van señalando, a medida que este espacio se va conformando cesan los reproches, los hijos dejan de ser rehenes, el resentimiento y la desesperación van dando lugar a la esperanza. No puede ser de otra manera cuando hay “encuentro” pues supone, por un lado renuncia a los prejuicios y por otro, disponibilidad a lo nuevo. Las autoras han sabido crear un clima de confianza para que el encuentro se diera y así lo particular de cada uno deviniera en una experiencia común. Para mí esto es el más logrado del trabajo. No sólo interpretan, van ayudando a encontrarse, es decir despojarse de sus heridas narcizadas y volverlas dolor humano compartido. Así el grupo puede reflexionar, es decir pensar en un circuito donde cada uno refleja y reflexiona lo del otro y dinamiza un pensamiento grupal, que va encontrando sentido a lo que pasó y anhelando otra vez vivir en el amor. Además de encuentro dijimos que las autoras lograron que en estos grupos se establecieran relaciones, es decir, se dio validez a un campo de identificaciones donde cada uno pudo sostener al otro, corregirlo, completarlo y hasta aconsejarlo. Pero todo dentro de un contexto reflexivo, es decir donde siempre se vuelve a pensar. Nada está acabado, siempre hay una nueva posibilidad. Como grupo de encuentro es francamente transformador y creativo, aportando respuestas totalmente nuevas y cambios en la propia imagen que enriquecen la autoestima. Cuando uno se pregunta ¿dónde están los coordinadores?, siempre tengo la misma sensación: son como una voz que va expresando el grupo, que va rescatando la orientación que el grupo va dando a sus problemas. Voz discriminadora, contenedora y esperanzada hacia el futuro que hay que alcanzar sin huir del presente. Voz que principalmente da cuenta de lo vivido. ¿Por qué digo sublimatorio? En lo esencial, porque a mi entender hay un proceso de desilusión progresiva que termina en un desprendimiento de toda solución rápida (aunque aceptan benévolamente todo intento de consolarse) y que los lleva a un sentimiento de soledad positivo. A muchos, esto les permitirá volver a encontrar el deseo de amar. De compartir la vida, no consolarse. En otro orden de cosas, me parece importante destacar el momento socio cultural en que aparece este libro. Estamos en un país donde es reciente la implantación de la Ley del Divorcio, que si bien es una solución de algunos problemas conyugales, en otros casos origina soluciones apresuradas y sumamente traumáticas, que pueden llevar a divorcios a repetición. Salir a esclarecer las características de “duelo” humano que implica la separación matrimonial, da a esta solución necesaria, pero no deseada, un enfoque respetuoso de lo que podríamos entender como nuestras limitaciones humanas, que nos llevan a cometer errores que debemos saber remediar. No solo estamos ante una crisis del vínculo institucionalizado, sino también ante un descreimiento de la juventud de hoy en vínculos perdurables de amor, lo cual hace necesarios volver a pensar en el amor conyugal. Las autoras están lejos de denunciar a los divorciados como expresión de incapaces en el amor. Todo lo contrario, los muestran como seres humanos sufriendo por la separación y rescatando la esperanza del amor compartido. Si leemos sin prejuicios, vamos a encontrar en la experiencia del divorcio la presencia de una crisis vital, que si la atravesamos como tal nos permite salir renovados precisamente en aquello que fracasamos: el amor. Soy -como las autoras- un convencido de que si no enfrentamos vitalmente (lo que implica momentos difíciles) las crisis que la vida conyugal nos invita a enfrentar, caeremos en una actitud defensiva ante la vida compartida, lo cual nos desgastará hasta convertirnos en burócratas hipócritas del amor. Es un libro para que todos lean, aunque no sean profesionales. Ofrece ideas muy interesantes, como la de elaborar duelos en grupo, la que de las crisis de identidad son tolerables cuando se transitan por una crisis grupal, o que el “sexo temido” encubre el amor como lo verdaderamente temido, etc. Con esto quiero decir que hay un alto nivel de conceptualización, pero expresado con sencillez y claridad, de tal modo que todos puedan entender cuestiones que a veces las palabras muy intelectualizadas ocultan. Si en algo no caen las autoras es en el hermetismo ni en la observación distante. Se las ve durante toda la narración dentro de la experiencia. Además todo está dicho muy amenamente y con humanidad. Dr. Octavio Fernández Mouján Mayo 1989

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